20/09/2015
El otoño, otro más
La tierra pura Silvia D. Chica
Prólogo de A. Pérez Cañamares,
Ilustraciones de Toño Benavides, Zoográficas. 103 páginas.
En
León parecen brotar los poetas de La tierra pura, como se titula el
blog y el libro de uno de los fundadores del fanzine Vinalia Trippers,
la poeta Silvia D. Chica. El título de su poemario recuerda de dónde
venimos y hacia dónde vamos. Sí, la tierra, la naturaleza, los ciclos
estacionales, algo más que el pequeño yo envuelto en egoísmos y
rencores. En versos libérrimos y transparentes, Silvia D. Chica nos
cerca a verdades palpables que se comentan en esta reseña.
La naturaleza lleva a mirar, sentir y participar, sean «los pequeños tesoros entre la hierba, / bajo los robles, los pinos, las encinas», sean los colores de un monte o la luz del amanecer, el tacto del barro, la forma del adobe, el olor de la tierra mojada o la sensación de decadencia de los atardeceres. Pero no es una naturaleza estática. Lo primero que poetiza Silvia Chica son los ciclos estacionales, los otoños que se suceden de modo inmisericorde, los cielos que nunca volverán, mientras «nuestro ridículo ego» vive preocupado de intrascendencias, olvidando lo esencial: su discurrir de otoño en otoño hasta abocar a la gran hoguera en que arderán nuestras menudencias.
Hay, en efecto, una idea calve en muchos pasajes del poemario: todo se acaba, nada permanece, a pesar de los afanes del hombre por perdurar, «como si nunca fuéramos a morir». Mientras tanto, propone la poeta renovarse, «romper con lo viejo» y centrarse en el silencio interior, en lo esencial; extraer la fuerza de «la madre tierra», ponerse en pie cada día, «ser consciente de la magia de estar vivo» y aspirar a una especie de totalidad, ver todo como el pájaro «desde lo alto / para distanciarse así / de las pequeñeces de nuestra terrestre vida».
Cuando los poemas refieren una anécdota ocasional (El entierro de don Esteban, Añosidad) se despierta el espíritu compasivo de la poeta por los otros y por uno mismo. En cambio, los poemas que discurren como meras enumeraciones no subyugan: es el caso de piezas como El ojo de la puerta: «De lo antiguo / de lo oxidado / de lo corroído...»; así hasta trece fórmulas semejantes, a la espera del golpe de gracia que quieren ser los haikus con que termina cada parte del poemario, cuya idea clave es que, aunque sepamos que nos arrastra el tiempo, lo esencial es vivir, «estar presentes», ser auténticos, disponer de un espíritu abierto y tender el vuelo apartándose de prejuicios y miserias mentales.
Gracias José Enrique- Noticia aquí
La naturaleza lleva a mirar, sentir y participar, sean «los pequeños tesoros entre la hierba, / bajo los robles, los pinos, las encinas», sean los colores de un monte o la luz del amanecer, el tacto del barro, la forma del adobe, el olor de la tierra mojada o la sensación de decadencia de los atardeceres. Pero no es una naturaleza estática. Lo primero que poetiza Silvia Chica son los ciclos estacionales, los otoños que se suceden de modo inmisericorde, los cielos que nunca volverán, mientras «nuestro ridículo ego» vive preocupado de intrascendencias, olvidando lo esencial: su discurrir de otoño en otoño hasta abocar a la gran hoguera en que arderán nuestras menudencias.
Hay, en efecto, una idea calve en muchos pasajes del poemario: todo se acaba, nada permanece, a pesar de los afanes del hombre por perdurar, «como si nunca fuéramos a morir». Mientras tanto, propone la poeta renovarse, «romper con lo viejo» y centrarse en el silencio interior, en lo esencial; extraer la fuerza de «la madre tierra», ponerse en pie cada día, «ser consciente de la magia de estar vivo» y aspirar a una especie de totalidad, ver todo como el pájaro «desde lo alto / para distanciarse así / de las pequeñeces de nuestra terrestre vida».
Cuando los poemas refieren una anécdota ocasional (El entierro de don Esteban, Añosidad) se despierta el espíritu compasivo de la poeta por los otros y por uno mismo. En cambio, los poemas que discurren como meras enumeraciones no subyugan: es el caso de piezas como El ojo de la puerta: «De lo antiguo / de lo oxidado / de lo corroído...»; así hasta trece fórmulas semejantes, a la espera del golpe de gracia que quieren ser los haikus con que termina cada parte del poemario, cuya idea clave es que, aunque sepamos que nos arrastra el tiempo, lo esencial es vivir, «estar presentes», ser auténticos, disponer de un espíritu abierto y tender el vuelo apartándose de prejuicios y miserias mentales.
Gracias José Enrique- Noticia aquí
No hay comentarios:
Publicar un comentario