Scarlett Johansson no había nacido en el 83
Había, pues, que hacer algo para entretenerse mientras. Faltaba mucho para la Play y conexión a internet, lo que se dice conexión, pues carecíamos de ella en gran medida por no decir en toda. Claro, uno se tomaba sus botellines y otras cosas, pero no era plan dedicarse a eso full-time, por muy joven y sano que uno fuera. Había que darle un sentido lúdico-festivo hispano-español al quehacer, devenir y afán diario. La política, pese a que nos la habían devuelto con instrucciones de uso como quien dice hacía cuatro fines de semana, ya cantaba algo a yogur caducado en aquellos días, y las monsergas que hoy ya no nos tragamos ni empujándolas con cañas comenzaban a enseñar la patita por debajo de la puerta. Éramos unos muchachos entusiastas, inconscientes, románticos, con ganas de juerga y sin mucha simpatía hacia la autoridad. Adornábamos nuestros cuerpos con chapas de nuestros héroes, nuestras orejas con pendientes y nos protegíamos del frío de León con chaquetas de cuero y con carajillos de coñá. Nada del otro mundo. En una ciudad aburrida, burguesa, de misa diaria y ropa de domingo los domingos. Era divertido de cojones chillar, berrear y tocar mal instrumentos eléctricos de mala calidad. Siempre había uno que se reía y otro que protestaba. Misión cumplida, pues. No fuimos muy de liturgia ni de los talibanismos propios de los gangs o tribus que nos fueron contemporáneas. Íbamos por otro carril. Más bien descarrilando. Y el vértigo daba tanto placer como el resto de los placeres, a los que acudíamos siempre que podíamos, aunque menos de lo que nos hubiese gustado. Y tocando aquel gruñido primal casi fuimos aprendiendo a tocar, a componer las tonadas que echábamos de menos en los altavoces de los bares, en las sintonías de nuestras radios “amigas”. Casi pienso que hicimos más de lo que pensábamos hacer. Y después nos fuimos sin mirar atrás. Cerramos los estuches. Apagamos los amplis. Sólo eso.
Del mismo modo volvemos. Sin una palabra de nostalgia ni un atisbo de melancolía, salvo quizá cuando veamos algunos huecos en las primeras filas. Pero eso ya no tiene remedio y si lo tuviera no sería virtud del rock. Creemos que rock es sinónimo de diversión, y hemos vuelto a divertirnos un rato tocando canciones que se resisten a morir para gente que se resiste a dejar de divertirse. Levantaremos un vaso por los que ya no pueden brindar, abriremos los estuches y encenderemos los amplis.
Había, pues, que hacer algo para entretenerse mientras. Faltaba mucho para la Play y conexión a internet, lo que se dice conexión, pues carecíamos de ella en gran medida por no decir en toda. Claro, uno se tomaba sus botellines y otras cosas, pero no era plan dedicarse a eso full-time, por muy joven y sano que uno fuera. Había que darle un sentido lúdico-festivo hispano-español al quehacer, devenir y afán diario. La política, pese a que nos la habían devuelto con instrucciones de uso como quien dice hacía cuatro fines de semana, ya cantaba algo a yogur caducado en aquellos días, y las monsergas que hoy ya no nos tragamos ni empujándolas con cañas comenzaban a enseñar la patita por debajo de la puerta. Éramos unos muchachos entusiastas, inconscientes, románticos, con ganas de juerga y sin mucha simpatía hacia la autoridad. Adornábamos nuestros cuerpos con chapas de nuestros héroes, nuestras orejas con pendientes y nos protegíamos del frío de León con chaquetas de cuero y con carajillos de coñá. Nada del otro mundo. En una ciudad aburrida, burguesa, de misa diaria y ropa de domingo los domingos. Era divertido de cojones chillar, berrear y tocar mal instrumentos eléctricos de mala calidad. Siempre había uno que se reía y otro que protestaba. Misión cumplida, pues. No fuimos muy de liturgia ni de los talibanismos propios de los gangs o tribus que nos fueron contemporáneas. Íbamos por otro carril. Más bien descarrilando. Y el vértigo daba tanto placer como el resto de los placeres, a los que acudíamos siempre que podíamos, aunque menos de lo que nos hubiese gustado. Y tocando aquel gruñido primal casi fuimos aprendiendo a tocar, a componer las tonadas que echábamos de menos en los altavoces de los bares, en las sintonías de nuestras radios “amigas”. Casi pienso que hicimos más de lo que pensábamos hacer. Y después nos fuimos sin mirar atrás. Cerramos los estuches. Apagamos los amplis. Sólo eso.
Del mismo modo volvemos. Sin una palabra de nostalgia ni un atisbo de melancolía, salvo quizá cuando veamos algunos huecos en las primeras filas. Pero eso ya no tiene remedio y si lo tuviera no sería virtud del rock. Creemos que rock es sinónimo de diversión, y hemos vuelto a divertirnos un rato tocando canciones que se resisten a morir para gente que se resiste a dejar de divertirse. Levantaremos un vaso por los que ya no pueden brindar, abriremos los estuches y encenderemos los amplis.
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